Sebastián Roque: Oblicuo
Al entrar en la sala se siente un pequeño tirón en el estómago. Como si las líneas que conforman la instalación, maderas que van de pared a pared y del piso al techo, tiraran de la lógica invisible de la construcción y de algún modo misterioso estuvieran conectadas a nuestro centro del equilibrio, generando un ligero malestar.
Sebastián Roque alzó bajo sus pies y con sus propias manos una enorme estructura que incluso excede los límites de la sala. Maderas que se estiran como tendones se apoyan unas sobre otras dejando que la gravedad haga lo suyo y se conectan con alambres y clavos para sostener plataformas que nos elevan dentro de este paisaje interior. Así, líneas y planos quiebran el vacío en múltiples direcciones y nos invitan a trepar y a escalar como si la construcción obedeciera a la caprichosa topografía de una montaña. Estos circuitos llevan nuestro cuerpo a ocupar lugares distintos del habitual y a tener una vivencia del espacio insospechada.
Provocándonos con su aparente inestabilidad -dando la impresión de estar derrumbándose y elevándose al mismo tiempo-, la estructura está iluminada por una lluvia de tubos que caen como plomadas, acentuando con su ortogonalidad el carácter oblicuo de lo construido. Así, la luz -el más inmaterial de los elementos- funciona como las cuerdas de un barco escorado que impiden que nos deslicemos por la borda.
Fotos: Ignacio Iasparra.