28 de octubre— 18 de diciembre de 2021

Denise Groesman: Dendrita

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Dendrita es un sistema viviente. Pero no en el sentido de un organismo cerrado sobre sí mismo, en donde naturalezas y culturas se subsumen a un principio único y trascendente; sino en el sentido de un metabolismo alimentado por una vitalidad incesante que viene del afuera, del excedente que resulta de la cooperación entre seres y partes distintas, como una cadena de piezas que no dejan de remitir a otras piezas: el trébol rojo y la abeja y la avispa y la flor de orquídea  y la bocina de bicicleta y culo de rata muerta, cada una con sus respectivos poderes y saberes. No obstante, ni la metáfora cibernética ni la concepción del cuerpo y el cerebro conectados como una red eléctrica terminan de hacer justicia a la tecno-diversidad de los intercambios de agencia, información, fuerzas e intensidades que han hecho posible el diseño y la materialización de este ecosistema.

Orquestado por Denise Groesman, este proceso de producción ha contado además con la participación de especies y realidades múltiples, tanto orgánicas como inorgánicas. De su encuentro y las negociaciones entre ellxs ha resultado un hábitat donde las maquinaciones de la materia viva son tomadas por su potencial transformador, del mismo modo que los constructivistas rusos vieron en las máquinas y los ensamblajes técnicos con humanxs una forma de terminar con la opresión.

Cañas y juncos, fósiles, cultivos de vinagres, plásticos, látex, vidrios y otras entidades reivindican, paradójicamente, el papel de lo artificial en la supervivencia de los restos de lo que un día se llamó naturaleza. Multiplicando los efectos de un sentido que es sentido en tanto que el cuerpo es afectado por las condiciones del entorno, Dendrita supone un punto de inflexión en las arquitecturas sensibles de Denise Groesman. En esta ocasión -acá literalmente en el centro de la instalación-, está la intención de crear un espacio de comunicación afectiva, cuya formalización evoca a la vez un instrumento musical de hippies anarco-primitivistas, una antena que hace pasar mensajes de un plano astral a otro o incluso, para lxs nostálgicxs, al monumento a la III Internacional con el que Tatlin y los cosmistas querían llevar el socialismo a las estrellas. Porque, como dicen los  oankali -alienígenas comerciantes de genes protagonistas de la saga Xenogenésis de Octavia Butler-, “no podríamos sobrevivir como pueblo, si siempre estuviéramos confinados a una nave o un mundo”.

Donde en el trabajo anterior de Groesman aparecía el túnel y los habitáculos cerrados expresando claustrofobia ante los estrechos límites de la psicología y su idea individualista de la subjetividad, en Dendrita el laberinto adquiere la forma de itinerario semitransparente, movimiento elíptico a través de giros y círculos concéntricos, a lo largo de un espacio intestinal donde crece la flora como crecen en el océano nuevas islas sobre planos de consistencia de desechos plásticos. Más productivo que representativo, se trata de un pasaje del malestar en el “yo” a un universo comunitario y compositivo que cuestiona la excepcionalidad humana, poniendo además en crisis un tipo de artista que es genial en la medida en que trabaja para sí mismx, de espaldas al cruce de perspectivas que es la vida sobre, debajo y encima de la Nave Espacial Tierra.

O bien como estación experimental, flotando a años luz, o bien como interior de un laboratorio que ensaya nuevos modos de existencia en el contexto de la crisis ecológica que vivimos, Dendrita nos provee de imágenes alternativas a los modos dominantes de planetariedad e inspiración para aquellxs que quieren reparar los efectos del progreso antropogénico. Si queremos que la Tierra siga siendo un huésped viable para sus propias formas de vida, como sugiere Benjamin Bratton, es preciso imaginar un plan viable también en lo técnico: terraformar la Tierra como una vez imaginamos la transformación de ecosistemas de otros planetas o satélites para ser capaces de soportar vida similar a la de la Tierra.

La pandemia y el distanciamiento social ha dejado una marca que, al parecer, los astros venían anunciando. De repente, el presentimiento de que son posibles y deseables otras formas de vivir y morir ha empujado a muchxs a salir del confort epistemológico, del pensamiento dicotómico y la necesidad de elegir entre ciudad y campo, aceleración o decrecimiento. Como Dendrita evidencia, ya contamos con modelos de ecología que desde la acción local, la descarbonización y el uso creativo de los desechos, no renuncia a la potencia y escala de la agencia humana para intervenir de forma consciente en y con el medio ambiente.

—Alfredo Aracil

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37Fotos: Ignacio Iasparra